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ciencias, y estimo esta simple lectura como una publicacion perfectamente admisible (Annuaire du bureau des Longitudes, 1842, p. 463). Así el compañero de Lapérouse es incontestablemente el primero que ha reconocido la existencia de la ley; pero esta ley de la intensidad del magnetismo terrestre, variable con la latitud, ley tanto tiempo relegada á profundo olvido, no ha recibido, á mi juicio, una verdadera existencia científica, sino á partir de la época en que publiqué mis observaciones de 1798 á 1804. El objeto y proligidad de esta nota no sorprenderá á las personas que conozcan la reciente historia del magnetismo y las incertidumbres á que ha dado lugar en algunos espíritus; y me dispensarán que haya dado importancia al fruto de investigaciones penosas, frecuentemente arriesgadas, emprendidas con un noble fin y continuadas durante cinco años con energía, á pesar de la pesadez del clima de los trópicos.

^(60)  Pág. 168.—Las observaciones que han podido recogerse hasta el presente dan 2,052 como máximum de intensidad en la superficie total del globo terrestre, y 0,706 como mínimum. El máximum y el mínimum pertenecen al hemisferio austral; el primero ha sido observado en las cercanías del monte Crozier, al Oeste-nor-oeste del polo Sud magnético, á los 73° 47' de latitud meridional, y á los 169° 30' de longitud occidental, en un punto en que el capitán James Ross halló 87° 11' para la inclinacion de la aguja (Sabine, Contributions to terrestrial Magnetism, 1843, núm. 5, p. 231.) El mínimum ha sido observado por Erman á los 19° 59' de latitud austral y 37° 24' de longitud occidental (80 millas al Este de la costa brasileña de la provincia Espíritu Santo) (Erman, physik. Beobacht, 1841, p. 570); en este punto, la inclinacion es solamente de 7° 55'. Así, pues, la relacion exacta de las intensidades es la de 1 á 2,906. Por largo tiempo se ha creido que la intensidad mayor no escedía en dos veces y medía á la intensidad menor que se pudiese encontrar en la superficie de nuestro planeta (Sabine, Report on magn. Intensity, p. 82.)

^(61)  Pág. 169.—Plinio ha dicho acerca del ámbar (Succinum glessum) l. XXXVII, c. 3. «Genera ejus plura. Attritu digitorum accepta caloris anima trahunt in se paleas ac folia arida quæ levia sunt, ac ut magnes lapis ferri ramenta quoque.» (Véase Platon, Timéo, p. 80; Martin, Études sur le Timée, t. II, p. 343-346; Strabon, l. XV, p. 703, Casaub; Clemente de Alex. Strom., l. II, p. 370, donde se encuentra una distincion singular entre τὸ σιὺχιον y τὸ ἢλεϰτρον}). Cuando Tales, en Aristóteles, de Anima, l. 1, c. 2, é Hippias, en Diog. Laert., l. 1, § 24, atribuye un alma al iman y al ámbar, es evidente que la palabra alma designa simplemente aquí una fuerza ó causa de movimiento.