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el orden, es necesario que abrace y describa el gran Todo (τὸπᾶϰ); es preciso clasificar y coordinar los fenómenos, penetrar el juego de fuerzas que los producen, y pintar en fin, con animado lenguaje, una viviente imágen de la realidad. ¡Quiera Dios que la infinita variedad de los elementos de que se compone el cuadro de la naturaleza no perjudique á la impresion armoniosa de calma y de unidad, supremo objeto de toda obra literaria ó puramente artística!

Desde las profundidades del espacio ocupadas por las nebulosas mas remotas, descenderemos por grados á la zona de estrellas de que es una parte nuestro sistema solar, al esferoide terrestre con su envuelta gaseosa y líquida, con su forma, su temperatura y su tension magnética, hasta los séres dotados de vida que la accion fecundante de la luz desarrolla en su superficie. Sobre este cuadro del mundo tendremos que pintar á grandes rasgos los espacios infinitos de los cielos, y trazar el bosquejo de microscópicas existencias del reino orgánico que se desarrollan en las aguas estancadas ó sobre las ásperas crestas de las rocas. Las riquezas de observacion que el estudio severo de la naturaleza ha sabido acumular hasta nuestra época, forman los materiales de esta vasta representacion, cuyo carácter principal debe ser el de llevar en sí misma el testimonio de su fidelidad. Pero en las condiciones consignadas en los prolegómenos, un cuadro descriptivo de la naturaleza no puede comprender los detalles y las individualidades consideradas fuera del conjunto, porque perjudicaria al efecto general de la obra querer enumerar todas las formas en que se revela la vida, todos los hechos, y todas las leyes de la naturaleza. La tendencia que lleva á fraccionar indefinidamente la suma de nuestros conocimientos es un escollo que el filósofo ha de saber evitar, so pena de perderse en la multitud de detalles acumulados por un empirismo casi siempre irreflexivo. Ignoramos aun, además, una parte considera-