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Neron. — Pero conocia bien que no la ocupaba otro pensamiento se preguntaba si era necesario no ver en esa extraña preocupación sino un milagro de la caridad. Y no se atrevía á interrogarla, temiendo ser inhábil para escudriñar esa alma, turbándola al menor contacto.

La víspera del suplicio, después de la oración vespertina, que los condenados pronunciaban reunidos, Myrrha dijo en voz alta:

— Roguemos por el emperador Nerón.

Los cristianos titubearon un instante. Pero Calixto, el sacerdote pensó que su inquietud era injustificada: Myrrha era más santa que todos ellos.

Y dio principio á la plegaria por el emperador, y los otros cristianos la recitaron con él.

Sucedió, que al oir esto, un carcelero que se encontraba cerca de la puerta (era un Galo muy alto y muy rubio), se puso á llorar suplicó á Myrrha, le explicara la religión de Cristo.

Al día siguiente, fueron conducidos los cristianos, á una prisión baja, situada en la parte inferior del anfiteatro del gran circo.

Myrrha veia á través de las rejas, la arena resplandeciente de luz y sobre las gradas que se ensanchaban circularmente, todo un pueblo sentado: senadores, caballeros, soldados, plebeyos, vestales y cortesanas; vestidos con capuchones de lana, con túnicas de color leonado, con manípulos de seda; una multitud bulliciosa y movediza bañada de movibles reflejos rojos por los velos que flotaban sostenidos por cuerdas, en la parte superior del circo.

Notó, enfrente, la parte inferior de los pesados tapices, que colgaban del estrado imperial, y un poco más allá, detrás de rejas, en un a semi-oscuridad, leones que se paseaban sin descanso.

Los demás condenados, rezaban prosternados por grupos ó se abrazaban antes de morir.—Y en aquella vecindad de la muerte aunque permanecía firme su voluntad, algunos lloraban, sollozaban ó eran sacudidos por grandes temblores. Timoteo y Calixto, los animaban. — Timoteo les decia: Sellar la fé que nos anima con nuestra sangre, desafiando la cólera impotente del impio es un gran goce. Esta sangre caerá sobre él. — Una vez más los tiempos están próximos. Y ¿qué representa un instante de sufrimiento en cambio de un vida eternamente dichosa? Imbécil y cobarde es, el que rechaza el cambio.

Y Calixto: ¡Oh hermanos míos, Dios os contempla! ¿Qué es despues de todo, la muerte que os espera, sino la del cazador sorprendido en el bosque? Marcharemos juntos, tan fuertemente unidos en un mismo pensamiento de amor, que no sentiremos ni las garras ni los dientes de las fieras. Y Dios, con nuestra sangre, llevará á cab o grandes cosas. — Vosotros fundareis con vuestra muerte, la felicidad y la paz de la humanidad futura.