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A MI ÁNGEL BUENO.

   Estoy triste y te a, gloria mía,
Deja un momento el mundo de la luz
Y á la tierra desciende, que no tengo
     Más consuelo que tú.

   Ya los párpados cierro, que del alma
Mejor asi los ojos te verán;
Ya te escucho, ya miro tu sonrisa,
     Tus besos siento ya.

   Si pena sufres al trocar tu dicha
Y claridad, por sombras y dolor,
A donde corra el llanto más acerbo
     Te ofrezco en cambio ir yo.

   Y si me colmas de inefable gozo,
Tu pensamiento reflejando en mí,
Enjugando en tu nombre muchas lágrimas
      Te haré tambien feliz.

   La razon en que fundo mi tristeza
Vás, mi cielo, por último, a saber:
Que ve lejano el fruto mi esperanza
              De mi consciente fe.

II.

   Tu que en mi espíritu, mis pensamientos
Al formularse, leyendo vas,
De lo que pienso siempre llorando
¿Cuándo el consuelo me puedes dar?
Pido y recibo; llamo y me escuchan;
Luz he buscado; paz encontré;
Mas ¿cómo lejos de sus encantos
Alumbro el alma de una mujer?

J. Navarrete.

Madrid 1872.

MI ESTRELLA Y MIS ENSUEÑOS.

En una de esas horas de letargo y atonía en que la mirada estraviada vaga sin ver y el alma soñolienta descansa en perezosa inaccion, he creido se dibujaba alla en apartados horizontes, llenando los espacios, ángel gigantesco de esplendente luz, cuya frente adornaba radiosa corona con este sagrado lema «Espiritismo.» Su mano de purísimas formas oprimía contra su corazon esta palabra escrita con letras de fuego: . Tan fascinador fantasma apenas se hizo visible, cuando estendió sus inmensas alas de oro, y rápido mas que el rayo, recorrió distancias infinitas, dejándome de sí rastro argentino, brillante estela de su raudo vuelo. El ángel disminuyó sus proporciones a medida que se alejaba; perdió más tarde sus forman y cual estrella fija clavóse en las celestes alturas tachonando el firmamento.

Desde entonces, me hallo influido por mortal decaimiento; si, el alma sumergida en tenebrosa soledad se estremece al recuerdo de terrenales martirios y el corazon, hundido en doloroso éxtasis parece oscilar con lentitud penosa, agolpándose á los párpados lágrimas de pesar y a los labios ímpias quejas; mis ojos se vuelven a esa protectora estrella y en sus refulgentes destellos aspiro ¡In mundo de consuelos, siendo su vis-