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Me duele el duele de hambre.

estómago.

No desayuné, no aimorcé. Debería estar verde, con todo el mate que tomé hoy. Pero no, no estoy verde. Estoy,

Me

como siempre, blanca. rotunda, como un orondo raviol frente al espejo. Es el primer día de régimen, mañana voy a te- ner menos hambre, espero. Me pongo de perfil, evalúo mi ba- rriga. Bueno, no se va a notar, no en un día. Espero que a Ra- món no se le ocurra traer choco- lates esta noche.

Blanca y

Los vaqueros me entran a presión. Tienen las costuras cedidas en varios lugares. La

remera a rayas, talle 52 (es de Ramón) no alcanza a taparme el culo. Lo contemplo en el espejo (una maniobra complicada) y pienso: "panorámico". Agarro la bolsa y salgo rumbo al mercado.

Llego al final de la cuesta jadeando, los pantalones aprie-

tan por todos lados . La costu- ra se me clava ahí. Por Dios, quién pudiese estar en cueros todo el día. Doy la vuelta al

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Salsa Golf

Vónica Torres

mercado, compro para dos días. Carne, fruta, verdura. Los puesteros me llaman "señora". "Tengo veinticinco años, hijo de puta" pienso cada vez. Saludo cortésmente y paso al siguiente

puesto, envuelta en mis noventa kilos de dignidad. Dignidad y jamones. (Como carajo hago para

moverme rápido si los pantalones casi no me dejan caminar.) Miro pasar las pibas, las mujeres, los seres normales. Tengo ganas de salir corriendo, pero no. Pa- rezco una morsa cuando corro. Además las bolsas pesan demasia- do. Pasa una piba de pantalón blanco. Un carnicero chifla. Por favor, si algún hqnbre me mirase. Uno cualquiera, no im- porta.

Paro, al pie de la escalera, para acomodar las bolsas y tra- garme las lágrimas. Pensar en la cena me hace sentir un poco mejor. Va a estar rica. Me es- peran los libros, la cocina, el televisor. Acelero el paso.

El tipo estaba en la puerta del mercado.