—Voy á llamarlo.
—Oiga usted.
—¿Señor?
—Monte usted á caballo, vaya á la casa del ministro inglés, hable con él, y dígale que lo necesito ahora mismo.
—¿Si está durmiendo?
—Que se despierte.
Corvalán saludó y fué á cumplir sus comisiones, levantándose la faja de seda punzó, que en aquel momento se le había resbalado á la barriga, al peso del espadin, que ya tocaba en tierra.
—¿Qué miedo ha tenido Su Paternidad á Cuitiño? Acérquese á la mesa, que está ahí pegado ú la pared como una araña. ¿De qué se asustó?
—De la mano contestó Viguá, acercándose con su silla á la mesa, y con aire de contentamiento, al verse libre de Cuitiño, que tan mal momento le había dado.
Y entonces?
—No te has portado bien, Manuela.
—Por qué, tatita?
Porque has tenido repugnancia á Cuitiño.
Pero usted vió?
—Todo lo vi.
Entonces! Tú debes disimular. Oye: á los hombres como el que acaba de salir, es necesario darles muy fuerte ó no tocarles; un golpe recio los anonada; un alfilerazo les hace saltar como viboras.
—Pero tuve miedo, señor.
— Miedo!... A ese hombre lo mataría yo con sólo mirarlo.
—Miedo de lo que había hecho.
—Lo que había hecho era por mi conservación