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par de pasos para cogerla, y, como era natural, á echar una mirada sobre las cuadras que había andado, es decir, en dirección al campo: porque este individuo venía del lado del Oeste, enfilando la calle de la Victoria, con dirección a la plaza.

Al cabo de veinte ó veinticinco caídas del bastón, se paró delante de una puerta que ya nuestros lectores conocen: era aquélla por donde Daniel y su criado habían entrado algunas horas antes.

El paseante se reclinó contra el poste de la vereda, quitóse el sombrero y empezó á levantar los cabellcs de su frente, como hacen algunos en lo més riguroso del estíc. Pero, por casualidad, por distracción, ó no sabemos por qué, sumergió sus miradas á derecha é izquierda de la calle, y después de convencerse de que no había alma viviente en una longitud de diez ó doce cuadras, á lo menos, se acercó á la puerta de la calle y llamó con el picaporte, desdeñando, no sabemos por qué, hacer uso de un león de bronce que servía de estrepitoso llamador.

Salaman IX

4 EL ÁNGEL Ó EL DIABLO

No será largo el tiempo que sostengamos la curiosidad del lector soore el nuevo personaje que acaba de introducirse en nuestros asuntos. Pero entretanto, separándonos algo bruscamente de la calle de la Victoria, y pidiendo á nuestro buen viejo Saturno el permiso de no seguirlo esta vez en su