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las hasta la tarde; pero que no dejasen de venir á esa hora. Ellas obedecieron en el acto; pero, al salir, una de las negras no pudo menos de echar una mirada de onojo sobre la que causaba aquel desaire que se les acababa de hacer; mirada que se perdió en el aire, porque, desde su entrada en la sala, Florencia no se dignó volver sus ojos hacia aquellas tan extrañas visitas & la hermana, políti ca del gobernador de Buenos Aires, ó más bien, á aquellas nubes preñadas de aire malsano que hacian parte del cielo, rojo obscuro, de la federación.

1 La criada salió; pero el soldado, que no había recibido orden ninguna para retirarse, y que estaba allí por llamamiento anterior, creyóse bien autorizado para sentarse, cuando menos, en el umbral de la puerte del salón, y Florencia quedó al fin completamente sola.

Al instante sentose en el único sofá que allí había, y oprimiendo sus lindos ojos con sus pequeñas manos, quedóse de ese modo por algunos segundos, como si quisiesen reposar su espiritu y su vista del rato desagradable y violento por que acababan de pasar.

Entretanto, doña María Josefa se daba prisa co una habitación contigua a la sala en despachar á dos mujeres de servicio con quienes estabe, hablando, mientras ponía una sobre otra veintitantas solicitudes que hablan entrado ese día, acompañadas de sus respectivos regalos, en los que hacían no pequeña parte los patos y las gallinas del zaguán, para que por su mano fuesen presentadas á Su Excelencia el Restaurador, aun cuando Su Excelencia el Restaurador estaba seguro de no ser importunado con ninguna de ellas. Y se apresuraba,