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licidad, con la primera sombra de una sospecha horrible sobre la fidelidad de su amante.

Byty MC

—Bien, mi bijita, adiós. Memorias á mamá, y que se mejore para que nos veamos pronto. Adiós, y abrir los ojos, ¡eh—y riéndose todavía, acompañó á la señorita Dupasquier hasta la puerta de la calle.

La infeliz oven subió a su carruaje, y tuvo que desprender los broches del vestido cue oprimían su cintura de silfide, para poder respirar con libertad, pues en ese momento estaba á punto de desmayarse. Eu Florencia había una de esas cr ganizaciones desgraciadas que carecen de esa triste consolación del llanto, que indudablemente arrebata en sus gotas una gran parte de la opresión física en que ponen ni corazón las impresiones imprevistas y dolorosas.

La reflexión, esa facultad que levanta al hombre á la altura de la Divinidad que lo ha creado, y que, sin embargo, suele servirnos muchas veces para dar amplificación a los males de que querernos libertarnos con ella, vino á llenar de sombras el espíritu impresionable de aquella joven.

—En efecto—se decía Florencia,—Daniel monta á caballo con frecuencia; nunca he sabido dónde pasa las tardes. Muchas noches, la de ayer, por ejemplo, se ha retirado de mi casa á las nueve.

Nunca me ha ofrecido la relación de su prima.

Por otra parte, esta mujer, que lo sabe todo, que tiene á su servicio todos los medios que le sugiere su espiritu perverso para saber cuanto pasa y cuanto se dice en Buenos Aires; esta mujer, que me ha hablado con tal seguridad, que posee pruebas, según me ha dicho; esta mujer, que no tiene ningún motivo para aborrecerme y engañar-