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pecto tremebundo y sangriento, que de algunos meses acú han salido, creo que de los infiernos, y que se encuentran en los cafés, en las calles, en las plazas, en las puertas sacras y purificas de los templos, con sus inmensos puñales á la cintura, afilados como el perfil de la A mayúscula!

What ¿ —¿Y bien? Usted no sabe que el puñal ha sido y será siempre la espada de la federación?

Pero esos son los síntomas primeros, atronadores y centelleantes de la tempestad que he profetizado. El momento faltaba, pero el momento va á llegar.

¿Y por qué va á llegar ese momento? Hable usted, señor.

—¡Oh! ese es el secreto que traigo en el pecho como una rueda de puñales, desde hoy á las cuatro de la mañana.

—Señor, confieso á usted que, si no me habla con claridad y sin secretos en el pecho, no podré entenderle una palabra, y tendré el disgusto de decirle que tengo una forzosa diligencia que hacer á estas horas.

—No, no te irás, oye.

—Oigo, pués.

Don Cándido se levantó, fué á la puerta del gahinete que daba á la sala, miró por la bocallave, y después de convencerse de que no había nadie del otro lado de la puerta, volvió junto á Daniel y le dijo al oído, con tono misterioso:

Lamadrid se ha declarado contra Rosas!

Daniel dió un salto en la silla; un relámpago de alegría brilló en su semblante, pero que súbitamente se apagó al influjo de la poderosa voluntad de ese joven, que se ejercitaba especialmente sobre las revelaciones con que el semblante humano ha-