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perciben que se hallan ya á doscientos pasos de sus compañeros; cumpliéndose más en cada momento la intención de alejarlos, que desde el principio tuvo Eduardo, para perderse con ellos entre la obecuridad de la noche.

Eduardo, sin embargo, sentia que la fuerza le iba faltando, y que era ya difícil la respiración de su pecho. Sus contrarios no se cansan menos, y tratan de estrecharlo por última vez. Uno de ellos incita á los otros con palabras de demonio; pero al momento de descargar sus golpes sobre Eduardo, éste tira dos cortes á derecha é izquierda, con toda la extensión de su brazo, amnaga á todos, y pasa como un relámpago de acero por el centro de sus asesinos, ganándose algunos pasos más hacia la ciudad.

El hombre del cuchillo acababa de perder éste y parte de su mano al filo de la espada de Eduardo, y otro de los de sable empieza á perder la fuerza en la sangre abundante que se escurría de una honda herida en su cabeza.

Los cuatro lo hostigan con tesón, sin embargo.

El hombre mutilado, en un acceso de frenesí y de dolor, se arroja sobre Eduardo y lanza sobre su cabeza el inmenso poncho que tenía en su mano izquierda. Este último, que no había comprendido la intención de su contrario, cree que lo atropella con el puñal en la mano, y lo recibe con la punta de su espada, que le atraviesa el corazón. El poncho había llegado á su destino; la cabeza y el cuerpo de Eduardo quedan cubiertos con él; no se turba su cspíritu, sin embargo; da un salto atrás; su mano izquierda, libre de su capa, que había arrojado desde el principio del combate, coge el poncho y empieza & desenvolverlo de la cabeza, mientras su