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alma todo el perfume poético que se esparce on el aire de su tierra natal, y cuando á los diecisiete años de su vida dió su mano, por insinuación de su madre, al señor Olabarrieta, antiguo amigo de la familia, el corazón de la joven no había abierto aún el broche de la purísima flor de sus afectos, y los hálitos de su aroma estaban todavía velados entre las lozanas hojas mal abiertas.

Más que un esposo, ella, tomó un amigo, un protector de su destino futuro.

Pero el de Amalia parecia ser uno de esos destinos predestinados al dolor que arrastran la vida á la desgracia, fija, poderosa, irremediablemente, como la vorágine de Moshoe á los impotentes bajeles.

And Juni ¡El coronel Sáenz amaba á su pequeña hija con un amor que rayaba en idolatría, y el coronel Sáenz bajó á la tumba cuando su hija aún no había salido de la niñez!

El señor Olabarricta amaba á Amalia como su esposa, como su hermana, como su hija, y el señor Olabarrieta murió un año después de su matrimonio, es decir, año y medio antes de la época en que comienza esta historia!

¡Ya no le quedaba á Amalia sobre la tierra otro cariño que el de su madre; cariño que suple á todos cuantos brotan del corazón humano; único desinteresado en el mundo y que no se enerva ni se extingue sino con la muerte; y la madre de Amalia murió en sus brazos tres meses después de la muerte del señor Olabarrieta 1 Les espíritus poéticos, en quienes la sensibilidad domina prcdigiosamente la organización y la vida, tienen en sí mismos el germen de una melancolia immata que se desenvuelve con el andar