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días de secretaría, no me ha mostrado usted sino dos notas del señor don Felipe, que bien poco valían, á fe míayou —Pero no ha sido por olvido, Daniel. Te he dicho yo que don Felipe me ocupa actualmente en poner en limpio las cuentas que debe presentar al Gobierno sobre consumos hechos en sus estancias por tropas de la provincia, pero nada, nada absolutamente de política, después de las dos notas que te mostré bajo la más completa reserva.

Pero, á propósito Daniel, ¿qué empeño tienes tú, qué interés en tomar parte en los secretos de Estado Mira, oye, Daniel: entrometerse en la política en tiempos calamitosos y aciagos, es exponerse á lo que me pasó á mí el año 20. Salía yo de casa de una comadre mía, natural de Córdoba, donde se hacen las mejores empanadas y los mejores confites de este mundo y donde mi padre aprendió el latin. ¡Qué hombre tan instruido era mi padre, Daniel Sabía de memoria la gramátice de Quintiliano, el Ovidio, al cual un día, siendo yo muchacho, le eché encima un tintero que tenía mi padre por herencia de mi abuelo, que vino...

—Que vino de cualquier parte; es lo mismo.

—Bien, no quieres que prosiga, ya te conozco.

Te preguntaba, pues ¿qué interés tienes en saber los secretos de don Felipe?

— Bah! curiosidad de hombre desocupado, nada más.

—Nada más!

—Cierto. Pero soy tan intolerante cuando no se satisface mi curiosidad, que suelo olvidarme de todos los vínculos que me ligan á los que me irritan.

Además, beneficio por beneficio: no es esto justo, mi querido maestro ?—dijo Daniel, doininando