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se levantó contra la dictadura, y que, para combatirla, tuvo que dejar de improviso las playas de la patria.

— La mano de Rosas interrumpía en el corazón de esos jóvenes el curso natural de las afecciones más sentidas la de la patria y la del amor. Y en la peregrinación del destierro, en los ejércitos, en el mar, en el desierto, los emigrados alzaban su vista al Cielo para mandar en las nubes un recuerdo á su patria y un suspiro de amor á su querida.

En la época que atravesamos, las esperanzas del triunfo radiaban en la imaginación de los emigrados; pero por halagüeñe que sea una promesa, si posible es tener la paciencia de esperar su logro en la edad más inquieta de la vida, cuando esa promesa hace relación con la política, no es lo mismo cuando forma parte de la vida nuestro corazón, porque entonces cada hora es un siglo que pasa lleno de fastidio y de zozobra sobre el alma; así, con el dolor de la proscripción, los emigrados sufrían, en su mayor parte, los terribles martirios del amor en la ausencia de la mujer amada.

Pero, en este sentido Daniel era feliz. El, el más devorado por el deseo de la libertad de su patria, el más dolorido por sus desgracias, el más activo por su revolución, podía, sin embargo, á los veinticinco años de su vida, respirar paz y felicidad en el aliento de su amada y ver á su lado esa luz divina, recuerdo ó revelación del Paraíso, que se derrama en la mirada tierna y amorosa de ese ángel de purificación y de armonía que se encarna en la mujer amada de nuestro corazón.

Asi, Daniel entró contento en su casa, pues pronto debía salir de ella para volar al lado de su Florencia.