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por el señor don Antonio una verdadera ostimación; fué de los primeros argentinos que conocí en Buenos Aires. ¿Y cuándo viene á la ciudad?

—No lo sé, señor. Sin embargo, me parece que para septiembre ú octubre tendré el placer de darle un abrazo; y espero entonces tendremos el honor de ver á usted con más frecuencia en esta casa, —¡Oh, sí, sí! Yo salgo poco. Pero por el señor don Antonio se hacen excepciones con gusto. Somos antiguos amigos. Y, fiado en esta amistad, es como vengo á pedir al hijo una disculpa.

—¿A mí, señor? Los hombres como usted no se ven nunca en el caso de pedir disculpas.

—Sin embargo, me hallo en ese caso dijo el anciano con cierta expresión de disgusto.

—Veamos, señor, ¿qué falta es esa de que habla la escrupulosa delicadeza de usted?

—Sabe usted, sefior Bello, que he respondido á usted por los ciento cuarenta y cinco mil pesos que importan las tropas de ganado vendidas al abastecedor Núñez.

—Es cierto, señor, y en el acto de recibir la carta de usted, di orden para que fuese entregado el ganado.

—Es verdad, pero el plazo vence mañana.

—No lo recuerdo ciertamente.

—Si, mañana; mañana, 19 de mayo.

Y bien, señor?

—Es el caso que Núñez no ha reunido el dinero, que me lo avisa sólo hoy, y que no tengo en caja esa cantidad, que no podré realizarla antes de una semana.

Y qué necesidad hay de que sca en una semana? Por qué no decir ocko, diez, veinte sema2 nas, las que usted quiera? Al presente no tengo