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hayan perdido algunas frutas, y haga usted que podamos pasar, puesto que vamos de prisa.

—Sí, eso mismo decía yo. Es griteria, nada más! —dijo el servidor del señor Victorica, guardando los billetes en su bolsillo—campo, señores —gritó en seguida,—campo, que son buenos federales y puede que vayan en servicio de la causa.

La trompeta de Josué tuvo menos magia para derribar las murallas de Jericó, que las palabras de nuestro hombre para arrinconar la multitud contra les paredes del templo, y despejar en un minuto la bocacalle de la plaza.

—Dobla por la calle de la Federación, y toma en seguida la de Representantes—dijo al cochero el primero de los que habían hablado.

Momentos después, el coche pasaba libremente por la puerta de Su Excelencia el señor don Felipe Arana, en la calle de Representantes, y á los diez minutos de marcha, se paró en el ángulo donde se cruzan las calles de la Universidad y de Cochabemba, Cuatro hombrecs bajaron del carruaje, y de uno de ellos recibió orden el cochero de estar en esc mismo lugar á las diez y media de la noche.

En seguida, los cuatro desconocidos, embozados en sus capas, siguieron en dirección al río por la misma calle de Cochabamba, obscura en esos momentos, y solitaria como el desierto.

Marchaban de dos en dos, cuando, al deserbocer en la última calle que les faltaba para llegar á la case aislada, que se encontraba sobre la ba rranea, se hallaron de menos á boca con tres hombres, encapotados también, que venían en la dirección de la calle de Balcarce.

Las dos comitivas se pararon instantáneamente,