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Cree usted que ese Merlo ignore su nombre ?

—le preguntó á Eduardo.

—No sé si alguno de mis compañeros me nombró delante de él; no lo recuerdo. Pero, si no es así, él no puede saberlo, porque Oliden fué el único que se entendió con él.

— —Eso me inquieta un poco—dijo Daniel, que acababa de oír la relación que hacía Eduardo,pero todo lo aclararomos mañana.

—Es preciso mucha circunspección, amigos míos —dijo Alcorta, y, sobre todo, la monor confianza posible con los criados. A esto acontecimiento pueden sobrevenir muchos otros.

—Nada sobrevendrá, señor. Sólo Dios ha podido conducirne al lugar en que Eduardo iba á perder la vida; y Dios no hace las cosas á medias. El acabará su obra tan felizmente como la ha empezado.

— Sí, creamos en Dios y en el porvenir—dijo Alcorta, paseando sus miradas de Eduardo Belgrano á Daniel Bello, dos de sus más queridos discípulos de filosofía, tras años antes, y en quienes vela en ese momento brotar los frutos de virtud y de abnegación, que en el espíritu de ellos habían sembrado sus lecciones.

—Es necesario que Belgrano descanse—continuó. Antes del día sentirá la fiebre natural en estos casos. Mañana al mediodía volveré—dijo, pasando su mano por la frente de Eduardo, como pudiera hacerlo un padre con un hijo, y tomando y oprimiendo su mano izquierda.

Después de esto, salió al patio acompañado de Daniel.

Cree usted, señor, que no corre peligro la vida de Eduardo?