liese nuestro hijo un Newton... — y agrega para sí: «me parece que estoy sugestivo... así, así...»
— ¿Y si sale hija? — dice ella por decir algo, á lo que se pone muy serio Avito, que no quiere contar con la genia.
— Esta tarde iremos al Museo, á que veas las obras maestras y te empapes en ellas; allí te explicaré el papel social, digo sociológico, del arte.
— Pero si...
— ¿Que no lo entiendes? No importa, no importa nada... no trato de instruirte, sino de sugestionarte... La sugestión es un fenómeno...
— ¡Por Dios, Avito, por Dios! fenómeno no... no... no...
— Tienes razón, ¡torpe de mí! tienes razón... esa ignorancia... A la noche iremos á la Opera, á que te armonices...
— Pero si acaba tan tarde... si no tengo ganas...
— Hay que hacerlas. Mira que ya no te perteneces, Marina, que ya no nos pertenecemos...
La mujer se deja hacer; come alubias á todo pasto, escucha biografías de grandes hombres según don Avito, mira cuadros, oye música...
— Mejor quisiera que me leyeses en el Año cristiano la vida del santo de hoy... — se atreve á suplicar un día desde su sueño.
Avito la mira diciéndose: «¡oh, el atavismo!» y arranca en una disertación contra los santos to-