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Página:Ana Karenine Tomo I (1887).pdf/125

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Ana Karenine

que se iba á romper algo en su interior, y érale imposible dormir ; pero su tensión de espíritu y sus meditaciones no tenían nada de penoso, asemejándose más bien á una agradable perturbación.

Por la mañana se adormeció un poco; era muy entrado el día cuando despertó, y pudo reconocer que se acercaban á San Petersburgo. Entonces pensó en su esposo, en su hijo, en su casa y en todas las preocupaciones que la esperaban aquel día y los siguientes.

Apenas estuvo el tren en la estación, Ana bajó del coche, y el primer semblante conocido que vió, fué el de su esposo.

«¡ Santo Dios! ¿por qué se le han alargado tanto las orejas?»» se dijo, al divisar el rostro frío aunque distinguido de su esposo, y observando el efecto que producían los cartílagos de aquellas bajo las alas de su ancho sombrero redondo.

Al ver á su esposa, el señor Karenine se adelantó á su encuentro mirándola fijamente, con expresión fatigada y una sonrisa irónica que le era peculiar.

Aquella mirada impresionó á Ana desagradablemente; parecíale que hallaba en su esposo otro hombre, y de su corazón se apoderó un sentimiento de pesar; no solamente estaba descontenta de sí misma, sino que se imaginaba reconocer cierta hipocresía en sus relaciones con Alejo Alexandrovitch.

La impresión no era nueva, pues ya la había experimentado otras veces aunque sin darle importancia; entonces se la explicaba claramente y con sentimiento.

—Ya ves que soy un tierno esposo, como el primer día de nuestra unión—dijo Alexandrovitch con voz lenta, y como cuchicheando, cual si quisiera ridiculizar á las personas que hablaban así: ardía en deseos de volver á verte.

—¿Cómo está Sergio?—preguntó Ana.

—¿Es así cómo recompensas mi amor?—replicó Alexandrovitch. Está bien, muy bien.

XXXI

Wronsky no había tratado siquiera de dormir aquella noche; permaneció siempre sentado, abiertos los ojos, y mirando con la mayor indiferencia á cuantos entraban y salían;