con lo puesto, en su mayoría, lo cual no es un delito, ó con el fondo de masita que les entregaban al dejar el fusil, pero no es menos cierto, que en vez de entregarse á la holganza, se dedicaban al trabajo imponiéndose toda clase de privaciones y por este medio conseguían formar capital y en breve tiempo compartían su suerte con las criollas, que pasaban á ser nuestras madres, y de aquí la familia puertorriqueña, que no es ni puede ser otra cosa que la familia española.
Todas estas consideraciones que yo me hago por el momento, y de las cuales nunca he de arrepentirme, pues de nadie me obliga á ello, serán seguramente las que se hayan hecho los americanos y ningún juicio favorable tendrán de nosotros al ver los instintos de ferocidad que se despertaron contra los que estaban caídos y completamente indefensos. Los más rudimentarios principios de humanidad mandan á que se respeten los dolores agenos y nosotros hemos debido respetar el de los españoles.
Se me objetará seguramente, que los españoles del elemento oficial emplearon con nosotros los tormentos inquisitoriales, y esta es una verdad que no se puede negar, pues de ello hablan bien claro los ominosos tiempos en que gobernaron la Isla los execrables sátrapas Sanz, Palacio, Lasso, Dabán y Marin, los más funestos que han venido