se están sucediendo en la isla, así como los apedreos de establecimientos públicos, actos estos que nos avergüenzan y que nos han colocado en la categoría de pueblo verdaderamente salvaje y con instintos de ferocidad.
Para justificar los hechos bárbaros de que me vengo ocupando, seguramente que se traerá á colación las salvajadas que se dice han cometido en Ciales por las tropas y voluntarios españoles, que no niego ni afirmo, pero que desde luego condeno con toda mi alma y pido para sus autores la maldición del Cielo, ya que no ha de alcanzarles la justicia de la tierra, porque la de los americanos, no podia llegar á pueblos que estaban todavía ocupados por las tropas españolas.
De estas salvajadas, y de las víctimas que ellas trajeron consigo, no son responsables más que los impacientes, que sin elementos de fuerza bastante y sin autoridad ninguna, fueron á cometer allí donde había guarnición española, los mismos abusos y desmanes que cometieron en Santa Isabel, Yanco, Sabana Grande y otros. La fiera acorralada y herida les salió al encuentro, y cuando repartió zarpazos, no reparó al que cojía.
En la ciudad de New-York existe una colonia compuesta de más de 60,000 españoles con grandes capitales y grandes establecimientos de todas clases, y que seguramente habían contribuido con