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— Ah! sí; vive aquí á la vuelta. Permita Vd. que vaya yo.

— No, señor; de ningun modo....

— Es que nada tengo que hacer; son las once y hace mucho frio; no salga Vd. Es cosa de un minuto; yo iré. Además no debe Vd. separarse de la señora...

Manuela no opuso resistencia, y el joven salió. Poco despues volvió acompañado por el médico.

Desde aquella noche Ernesto Gonzalez no dejó pasar un solo día sin informarse de la salud de los enfermos. Muchas veces permanecia largas horas con ellos, haciéndoles por medio de su conversacion olvidar, casi, sus desdichas.

Gonzalez era un excelente jóven. Causábale admiración ver los infinitos cuidados de que Manuela rodeaba á sus queridos padres. Poco á poco esa admiracion fué convirtiéndose en un sentimiento que se le parece mucho: el amor. Quien ama admira.

Manuela, por otra parte, merecia ser amada.

Cuando Ernesto la conoció no pudo explicarse lo que sentía. Creíase cerca de una divinidad, y experimentaba al propio tiempo algo como si la pasion y el temor se agitaran mezclados en su alma. La