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za que me has demostrado. Eres un buen amigo, Dupont.

— Gracias ¿no quieres preguntar mas?

— No, adios.

— Adios.

Y ambos se separaron del teléfono.

Coleti miró á Ernesto. Estaba pálido y desencajado. Aunque sospechara de Hazlo-todo, no habia creído completamente, hasta entonces, en su culpabilidad. Desde aquel instante no habia lugar á dudas; la verdad se habia presentado clara ante sus ojos.

La idea de que Manuela lo creyese hasta tal punto culpable, á causa de la traicion de un hombre en cuya amistad se habia fiado, lo volvía loco. A intérvalos sentia deseos de correr á casa de Dupont y golpearlo hasta quitarle la vida.

Su indignacion era terrible, pero solo se traducía por la pítlídez de su semblante.

— He cumplido con mi deber, dijo Coleti mirándolo. Hice un mal y he tratado de repararlo en lo que me ha sido posible.

— Es verdad, murmuró Ernesto.

— Así, pues, confio en la benevolencia de usted.