de pié en medio de la habitacion; su rostro demostraba que la esperanza y el temor sostenian una ruda batalla en su pecho. No acertó á pronunciar una palabra.
— Sentémonos, dijo Armando.
Ambos se sentaron en silencio.
— Escúchame con calma, dijo por fin el jóven.
— Qué! Tienes malas noticias para mí? ¡Bien lo sabia yo!
— Espera.....
— Que he de esperar! Todo lo adivino. Ella no me quiere, ni me ha querido jamás, ni me querrá lo que es peor, mil veces peor.
— Espera te digo. Tengo que esplicarme. No pretendas comprender antes de haberme escuchado. Ten mas calma, repito.
— Te escucho! exclamó nerviosamente Ernesto.
— ¿Sabes algo de historia?
— No; ni me importa.
— Sin embargo si la supieras, conocerias una de las mas nobles figuras que nos ofrecen los tiempos fabulosos. Era una mujer y se llamaba Antígona. Cuando Edipo, su padre, se arrancó los ojos al saber el crímen que cometia, arrastrado por el