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Visitábamos nuestra propiedad, deliberábamos acerca de una porción de detalles: acerca de cuál sería la habitación de cada uno, de dónde plantaríamos flores, del lugar en que colocaríamos la colmena. Teníamos nuestros pollos, nuestros patos y nuestros gansos, y los amábamos porque eran nuestros. Teníamos ya preparado todo lo necesario para la siembra: trigo, avena, legumbres. Nos pasábamos horas enteras planeando los futuros trabajos, hablando de las cosechas que recogeríamos. Cuanto decía Macha me parecía bello y atinado.

Fué aquél el período más feliz de mi vida.

Algunas semanas después celebramos nuestras bodas. La solemnidad tuvo lugar en una iglesita campesina, en la aldea de Kurilovka, a tres verstas de Dubechnia.

Macha quiso que en la ceremonia todo fuera sencillo, modesto. Conforme a sus deseos, nuestros testigos fueron jóvenes campesinos. El servicio religioso estuvo a cargo de un chantre.

Volvimos a casa en un coche pesado y tambaleante, que la misma Macha guiaba.

De la ciudad sólo acudió mi hermana Cleopatra, prevenida tres días antes por una carta nuestra. Vestía un traje blanco y llevaba las manos enguantadas. Durante la ceremonia, lloraba suavemente y se pintaba en su rostro una bondad maternal infinita.

Nuestra felicidad parecía embriagarla, y la sonrisa no desaparecía de sus labios, como si estu-