—El verano ha pasado—continuó Macha—. Ahora podemos echar la cuenta de lo que hemos hecho y de lo que hemos dejado de hacer. Hemos trabajado mucho, hemos pensado mucho, nos hemos hecho mejores que éramos. Personalmente, es decir, en lo que concierne a nuestra educación personal, hemos adelantado bastante. Pero ese progreso ¿ha ejercido una influencia más o menos grande sobre la vida que nos rodea? ¿Le ha sido útil a alguien? No. En torno nuestro todo sigue en el mismo estado: la embriaguez, la suciedad, la ignorancia, la mortalidad de la infancia no han disminuído entre los campesinos. ¡No se ha operado el menor cambio! Tú has trabajado rudamente en el campo como un simple bracero; yo he gastado un dineral, en la esperanza de mejorar un poco la vida campesina, y los resultados han sido nulos. La conclusión es bien triste: no hemos trabajado sino para nosotros mismos, para nuestro consuelo.
Las palabras de Macha producían en mi corazón un efecto penoso y me desconcertaban.
—Nuestras aspiraciones y nuestros actos siempre han sido sinceros—le contesté—. No tenemos nada que reprocharnos, creo que hemos obrado bien.
—Sí. Hemos sido sinceros; pero el camino que hemos elegido no es el que conduce al fin que perseguimos. Los procedimientos no han sido acertados. Hemos comenzado a trabajar por esa gente como propietarios, poseyendo mucha tierra, una