Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/219

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valía la pena de sacar al hombre de la nada—al hombre con su espíritu elevado y casi divino—, si después se le había de transformar, como en burla, en un miserable puñado de tierra. Por miedo a la muerte, muchos buscan un sustitutivo de la inmortalidad, y se consuelan pensando que su cuerpo se perpetuará en una planta, en una roca, y hasta en una rana: ¡triste consuelo que equivale a decirle a la caja de un violón roto que le espera un porvenir envidiable!

De tiempo en tiempo, cuando el reloj da las horas, el doctor se hunde en la butaca y cierra los ojos para entregarse a sus reflexiones. Piensa en su pasado, en su vida actual. Su pasado es poco seductor, y prefiere olvidarlo; pero tampoco el presente le parece más grato. El sabe que en aquel mismo instante, no lejos de su casa, en el hospital, hay unos enfermos que padecen y que se encuentran en condiciones higiénicas insoportables. Muchos tienen insomnios, y se pasan la noche luchando con las chinches y otros parásitos. Probablemente otros están jugando a las cartas con las hermanas o bebiendo vodka. El año pasado desfilaron por el hospital 12.000 enfermos: 12.000 víctimas del engaño. Porque la vida misma del hospital está fundada en el robo, las intrigas, el fraude, y no es más que un Instituto inmoral y dañoso para la salud de los vecinos. El sabe bien que en la sala número 6 hay un Nikita que les pega a los locos, y que el judío Moisés sale a la calle todos los días a pedir limosna.

Por otra parte, tampoco ignoraba que, durante