—¡Canalla, más que canalla, porque eso es mucho para él! ¡Merecería que lo mataran, que lo ahogaran en el retrete!
El doctor, que ha oído estas palabras, se acerca a la puerta de la sala y, asomándose, pregunta con su suave voz:
—¿Por qué?
—¿Por qué?—Le grita Gromov acercándose a él con aire amenazador—, ¿Y se atreve usted a preguntarlo? Porque es usted un ladrón, un impostor, un verdugo.
—Vamos, cálmese usted—dice el doctor afectando una difícil sonrisa—. Le aseguro a usted que nunca he robado nada. Y en cuanto a las otras acusaciones, creo que exagera usted. Ya veo que está usted disgustado conmigo. Cálmese, cálmese, se lo ruego, y respóndame con toda franqueza: ¿por qué está usted tan disgustado?
—¿Y por qué me tiene usted aquí metido?
— Porque está usted enfermo.
— Bien, admitámoslo. Pero hay cientos y miles de locos que se pasean con toda libertad, por la sencilla razón de que es usted demasiado ignorante para acertar a distinguirlos de los cuerdos. ¿Por qué, pues, sólo a mí y a estos desdichados han de tenernos aquí en calidad de chivos expiatorios? Usted, su enfermero, su administrador, y toda esa canalla,, todos ustedes son, desde el punto de vista moral, infinitamente inferiores a nosotros, y, sin embargo, somos nosotros y no ustedes los condenados al encierro perpetuo. ¿Es lógico esto?