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obstáculo en sus pulmones, o que sus ideas andan mal y que es fuerza ponerse en cura; en suma, si tiene usted la desgracia de atraer sobre sí la atención de los demás, dése usted ya por perdido: ya ha caído usted en un círculo vicioso sin salida posible. Ya no saldrá usted nunca de allí. Todos sus esfuerzos serán inútiles. Mientras más haga usted por escapar, el círculo se estrechará más y más. No le quedará a usted más que capitular, rendirse, confesar su impotencia, porque ya no hay salvación posible.

A todo esto, el público comenzaba a agolparse en las ventanillas, manifestando impaciencia. Al darse cuenta, el doctor se levantó y se despidió de su amigo.

—Entonces, ¿me da usted su palabra de honor de seguir mi consejo?—dijo Mijail Averianich.

—Sí.

Aquel mismo día, antes de cenar, el doctor recibió inesperadamente la visita de Jobotov.

— Querido colega, tengo que pedirle a usted algo—dijo éste, como si nada hubiera pasado entre ellos la víspera—. Quisiera que me acompañara usted a ver un enfermo. Me haría usted un favor muy grande.

Ragin, figurándose que Jobotov trataba de distraerlo un poco o proporcionarle el medio de ganar algo, aceptó. Se vistió, pues, y salieron juntos a la calle. El viejo se felicitaba de aquella ocasión que le permitiría pedirlo a Jobotov perdón por lo de la víspera, y aun estaba algo conmovido ante la nobleza de éste, que no había querido decir una sola palabra sobre aquella enojosa escena.