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—Pero date prisa, de un solo tirón. No se trata de tirar mucho, sino de tirar bien. -

¡No me fastidies con tus consejos!... Es una desgracia tener que aguantar a personas mal educadas y sin instrucción. Se vuelve uno casi salvaje. ¡Abre la boca!

Coge la muela con las tenazas.

—La cirugía, amigo, es una cosa extremadamente complicada... más complicada que recitar plegarias ante las viejas... ¡Te he dicho que no te muevas!... Es una muela enferma hace mucho tiempo... Tiene raíces muy profundas.

Tira con todas sus fuerzas.

—¡No te muevas. Una, dos, tres!... Se oye un crujido: la muela se ha roto.

—¡Diablo! ¡Lo había previsto—dice el enfermero confuso.

El enfermo se queda un instante como petrificado, aturdido, la mirada huraña, la faz pálida y sudorosa.

—Habrá que servirse de otro instrumento—balbucea el enfermero—. ¡Qué mala suerte!

El enfermo, vuelto en sí, se mete los dedos en la boca y encuentra, en lugar de la muela, dos pedazos salientes y agudos.

—¡Diablo!— exclama—. ¡Verdugo! ¡Podias aplicar a tus propias quijadas tu infernal cirugía!

—¡Cállate, imbécil!— balbucea el enfermero volviendo a guardar las tenazas en el armario—. ¡Ignorante! El señor Egipetsky, Alejandro Ivanich, un verdadero señor... que ha vivido siete años en Pe-