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los 27 rublos y 36 copecks. Soy una pobre mujer indefensa, desamparada, maltratada y ultrajada por todo el mundo, y por eso me dirijo a vuestra excelencia...

Manifestó el propósito de llorar y se puso a buscar el pañuelo. Kistunov tomó la petición escrita que ella le tendía, y comenzó a leerla.

—Perdone usted, señora—dijo, encogiéndose de hombros—. No comprendo nada. Sin duda, ha equivocado usted la dirección: la solicitud de usted no tiene relación alguna con nuestro banco. Diríjase usted al ministerio donde trabajaba su marido.

—Me he dirigido ya a cinco oficinas, y no se han dignado siquiera aceptar mi solicitud. No sabía qué hacer, y mi yerno, Boris Matveich, a quien Dios bendiga, me ha sugerido la idea de dirigirme a usted. «El señor Kistunov—me ha dicho—tiene gran influencia, es omnipotente; no tiene usted más que preguntar por él.» Y me dirijo a vuestra excelencia; sólo vuestra excelencia puede ayudarme.

—Pero, señora Chukin, no podemos hacer nada, se lo aseguro a usted. Según este papel, su marido de usted estaba empleado en el ministerio de la Guerra, y nuestro establecimiento es comercial y absolutamente privado. Es un banco, ¿comprende usted?

Y Kistunov se encogió de hombros y se volvió hacia otros clientes.

—Si su excelencia—dijo la señora Chukin con voz quejumbrosa—no quiere creer que mi marido estaba enfermo de verdad, puedo enseñarle el certificado del médico. ¡Aquí está!