—¡Una señora pregunta por usted, Pavel Vasilich!—dijo el criado—. Hace una hora que espera.
Pavel Vasilich acababa de almorzar. Hizo una mueca de desagrado, y contestó:
—¡Al diablo! ¡Dile a esa señora que estoy ocupado.
—Esta es la quinta vez que viene. Asegura que es para un asunto de gran importancia. Está casi llorando.
—Bueno. ¿Qué vamos a hacerle? Que pase al gabinete.
Se puso, sin apresurarse, la levita, y, llevando en una mano un libro, y en la otra un portaplumas, para dar a entender que se hallaba muy ocupado, encaminóse al gabinete. Allí le esperaba la señora anunciada. Era alta, gruesa, colorada, con antiparras, de un aspecto muy respetable, y vestía elegantemente.
Al ver entrar a Pavel Vasilich, alzó los ojos al cielo y juntó las manos, como quien se dispone a rezar ante un icono.