Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/360

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está muy gruesa para tener inspiración. ¡Qué idea más graciosa la de meterse a escribir dramas! Más valía que hiciera media o que cuidase a las gallinas...

—¿No le parece a usted este monólogo demasiado largo?—preguntó de pronto la señora Murechkin, levantando los ojos del cuaderno.

Él no había oído palabra de dicho monólogo, y, ante la pregunta inesperada, manifestó gran confusión.

— ¡Nada de eso! Al contrario, me gusta mucho.

La señora Murachkin puso una cara gozosísima, radiante de dicha, y continuó leyendo:

«Ana. Os entregáis con exceso al análisis psicológico. Olvidáis demasiado el corazón y atribuís a la razón excesiva importancia. Valentín. ¿Y qué es el corazón? Es un concepto anatómico, un término convencional, sin sentido alguno para mí. Ana (Turbada.) ¿Y el amor? ¿Diréis también, acaso, que no es sino el producto de la asociación de ideas?... Valentín (Con amargura.) ¡No abramos las viejas heridas! (Una pausa.) ¿En qué pensáis? Ana. Sospecho que no sois feliz.»

Durante la lectura de la escena diez y seis, Pavel Vasilich bostezó de un modo en absoluto inesperado por él, y él mismo se asustó de su poca galantería.

Para disimularla, se apresuró a dar a su rostro la expresión del de un hombre que escucha con gran interés.

—La escena diez y siete—se dijo—, y el primer acto aun no se ha acabado. ¡Dios mío! Si esto se