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alrededor del puente, y llegaban, en alas del viento, a Obruchanovo, las canciones de los obreros. En los días de calma se oía, apagado por la distancia, el ruido de los trabajos.
Un día, el ingeniero Kucherov recibió la visita de su mujer.
La encantaron las orillas del río y el bello panorama de la llanura verde salpicada de aldeas, de iglesias; de rebaños, y le suplicó a su marido que comprase allí un trocito de tierra para edificar una casa de campo. El ingeniero consintió. Compró veinte hectáreas de terreno y empezó a edificar la casa. No tardó en alzarse, en la misma costa fluvial en que se asentaba la aldea, y en un paraje hasta entonces sólo frecuentado por las vacas, un hermoso edificio de dos pisos, con una terraza, balcones y una torre que coronaba un mástil metálico, al que se prendía los domingos una bandera.
La construcción estuvo pronto terminada: no duró más de tres meses. En él invierno se plantaron árboles en torno de la casa. Cuando llegó la primavera, todo verdeaba alrededor de la nueva finca. Partían en todas direcciones hermosas alamedas; el jardinero y dos jornaleros trabajaban en el jardín; una fontana sonaba melodiosa. Y una bola de cristal verde, colocada ante la puerta, brillaba bajo el Sol, de tal modo, que obligaba a cerrar los ojos.
Se bautizó la finca con el nombre de "Quinta Nueva".