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cú; que tenia muy buen corazón y gozaba socorriendo a los pobres. En la nueva finca, según decía el cochero, no se labraría ni se sembraría: se respiraría el aire del campo y nada más.

Cuando terminó y se encaminó con los caballos a "Quinta Nueva", siguióle una turba de chiquillos y perros. Los perros le ladraban furiosamente.

Kozov, mirándole alejarse, guiñaba los ojos con malicia.

—¡Vaya unos señores!—dijo con ironía malévola—. Han construído una casa, han comprado caballos; pero parece que no tienen que comer...

Había sentido desde el primer momento un odio feroz contra "Quinta Nueva". Era un hombre solitario, viudo, llevaba una vida aburridísima. Una enfermedad le impedía trabajar. Su hijo, dependiente de una confitería de Jarkov, le enviaba dinero para vivir; el viejo no hacía nada; vagaba días enteros por la orilla del río o a través de la aldea, y les daba conversación a los campesinos que estaban trabajando. Cuando veía a uno pescando solía decir que con aquel tiempo no había pesca posible; si el tiempo era seco, aseguraba que no llovería en todo el verano; si llovía, afirmaba que las lluvias durarían mucho y que la humedad pudriría el trigo. Todos sus pronósticos eran pesimistas. Y los hacía guiñando los ojos de un modo maligno, como si supiera algo que ignorase el resto de los hombres.

En "Quinta Nueva" algunas noches había fue-