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punto con motivo de algunas raterías. Un día, un campesino—o acaso un obrero de los que trabajaban en la construcción del puente—colocó en el coche unas ruedas viejas y se llevó las nuevas; algún tiempo después desaparecieron algunas guarniciones.

Hasta la gente de la aldea estaba indignada. Y cuando pidió que se procediese a un registro en casa de los Zichkov y en casa de Volodka, los objetos robados fueron encontrados en el jardín del ingeniero; no cabía duda de que el ladrón, temeroso del registro solicitado, los había llevado allí.

Una tarde, unos campesinos que volvían del bosque tornaron a encontrarse con el ingeniero. El señor Kucherov se detuvo, sin saludarles, y mirando severamente tan pronto a uno como a otro, habló de esta manera:

—Os he rogado que no cojáis setas en mi parque, y, no obstante, vuestras mujeres vienen al salir el Sol y se las llevan todas; de modo que no queda ninguna para mi mujer y mis hijos. No hacéis ningún caso de mis ruegos. Las súplicas y las reflexiones son inútiles con vosotros.

Claváronse sus airados ojos en Rodion, y añadió:

—Yo y mi mujer os hemos tratado humanamente, como a hermanos, y vosotros, en cambio... Pero ¿para qué gastar saliva?... No habrá más remedio que romper con vosotros toda clase de relaciones.