Pero ella, sin preocuparse de la curiosidad que la escena había despertado entre los viajeros, se postró ante él y le tendió los brazos, grítándole:
—¡Le amo a usted! ¡No me abandone! ¡No puedo vivir sin usted!
Los artistas, tras una corta deliberación, consintieron en llevarla con ellos en calidad de partiquina.
Empezó por representar papeles de criada y de paje; pero cuando la señora Beobajtova, orgullo de la compañía, se escapó, la reemplazó ella en el puesto de primera ingenua. Aunque ceceaba y era tímida, no tardó, habituada a la escena, en atraerse las simpatías del público. Fenoguenov, con todo, seguía considerándoda una carga.
—¡Vaya una actriz!—decía—. No tiene figura ni maneras, y además es muy bestia.
Una noche la compañía representaba Los bandidos, de Schiller. Fenoguenov hacía de Franz y Macha de Amalia. El gritaba, aullaba, temblaba de pies a cabeza; Macha recitaba su papel como una escolar su lección.
En la escena en que Franz le declara su pasión a Amalia, ella debía echar mano a la espada, rechazar a Franz y gritarle: "¡Vete!" En vez de eso, cuando Fenoguenov la estrechó entre sus brazos de hierro, se estremeció como un pajarito y no se movió.
—¡Tenga usted piedad de mí!—le susurró al oído—. ¡Soy tan desgraciada!