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Alecha parecía no haber oído la pregunta, y miraba con horror a Beliayev.
—¡No es posible!—exclama su madre—. Voy a preguntarle a Pelagueya.
Y salió.
—¡Usted me había dado su palabra de honor...!— dijo el chiquillo, todo trémulo, clavando en Beliayev los ojos, llenos de horror y de reproches.
Pero Beliayev no le hizo caso y siguió paseándose por el salón, excitadísimo, sin más preocupación que la de su amor propio herido.
Alecha se llevó a su hermana a un rincón y le contó, con voz que hacía temblar la cólera, cómo le habían engañado. LLoraba a lágrima viva y fuertes estremecimientos sacudían todo su cuerpo. Era la primera vez en su vida, que chocaba con la mentira de un modo tan brutal.