Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/581

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Smirnov.—¿Quiere usted ser más cortés, señora? ¡Tanto luto y tan poca finura!

Elena. (Apretando furiosa los puños y taconeando con cólera.)—¡Es usted un tío, una fiera, un oso!

Smirnov.—¿Cómo? ¿Qué dice usted?

Elena.—Digo que es usted una fiera, un oso.

Smirnov.—¡Perdón, señora! No tiene usted derecho a insultarme.

Elena.—¡Y se atreve a pedirme explicaciones! ¿Se cree usted quizás que le tengo miedo?

Smirnov.—¿Y se cree usted que por ser una criatura poética tiene derecho a insultarme? ¡Se equivoca usted! ¡La desafío!

Lucas.—¡Dios mío, qué horror!

Smirnov.—¡Vamos a batirnos!

Elena.—¿Piensa usted que me va a asustar con su fuerza y su cuello de buey? ¡Fiera! ¡Oso!

Smirnov.—¡A batirnos! No le permito a nadie que me insulte, y me importa un bledo que sea usted una mujer, una criatura poética.

Elena. (Queriendo interrumpirle.)—¡Oso! ¡Oso! ¡Oso!

Smirnov.—Es un estúpido prejuicio el que sólo los hombres deban responder de sus insultos, y hay que acabar con él. Puesto que la mujer quiere tener los mismos derechos que el hombre, debe tener también las mismas obligaciones. ¡A batirnos!

Elena.—¿Quiere usted un duelo? ¡Aceptado!

Smirnov.—¡En seguida!