Yo también me aburría y tenia gana, hacia tiempo, de hablar con alguien: que no fuese pintor de brocha gorda. Y aquella visita me placía. Se lo dije.
—Ante todo, he de declararle a usted—comenzó, sentándose en mi cama— que he visto con mucha simpatía el paso decisivo que ha dado, y que su vida actual merece toda mi estimación. Aquí, en esta ciudad, no se le comprende, y no es extraño; como usted sabe, todos nuestros paisanos, casi sin ninguna excepción, son unos salvajes, unas gentes sin cultura, llenas de prejuicios. Se diría que son personajes de Gogol resucitados. Pero usted tiene un alma noble, aspiraciones elevadas. Las adiviné cuando nos conocimos en Dubechnia. Le respeto y quiero estrecharle la mano para demostrárselo.
Hablaba con tono solemne y entusiástico.
Luego de estrecharme fuertemente la mano, prosiguió:
—Para cambiar tan brusca y tan radicalmente de vida como usted acaba de hacerlo, ha debido usted de pasar por una larga lucha interior; para continuar esta nueva vida y mantenerse a la altura de sus ideas, debe usted, sin duda, gastar diariamente gran cantidad de energías espirituales. Ahora bien, dígamelo usted con toda sinceridad: ¿No le parece a usted que sería más razonable, más productivo, gastar esas mismas energías con miras más altas, por ejemplo, con la de llegar a ser un gran sabio o un gran artista? ¿No le parece a usted que su existencia, entonces,