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otros? ¿Para que un gran pintor y el que le fabrica los colores puedan tener el mismo dinero? Ese es el lado prosaico, filisteo de la vida; es su segundo término, la cocina, la fachada trasera, y le aseguro a usted que no tiene nada de interesante. No vale la pena de vivir para eso. Hasta sería repugnante vivir para eso. Si hay bestias que se devoran unas a otras, ¿qué se le va a hacer? ¡Allá se las hayan! No deben preocuparnos. Nunca será posible salvarlas de su estupidez, y están destinadas a la podredumbre. Lo que nos debe preocupar es el grande y radiante porvenir de la humanidad...

Aunque discutía conmigo en tono apasionado, Blagovo parecía preocupado por otra cosa y daba muestras de cierta inquietud.

—Probablemente su hermana de usted no vendrá ya—dijo, luego de consultar el reloj—. Ayer estuvo en casa y dijo que vendría hoy.

Se quedó silencioso un instante y continuó después:

—Habla usted de la esclavitud, de la explotación de unos por otros; pero eso son detalles, cuestiones de harto escasa importancia al lado del progreso humano, considerado en conjunto. Esas cuestiones las va resolviendo la humanidad poco a poco, a medida que evoluciona.

—Sí; pero en la espera de que resuelva esas cuestiones no podemos permanecer con los brazos cruzados; no podemos limitamos a ser espectadores pasivos de todas las injusticias. Cada uno