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Llevaba en la mano el paraguas de marras. Creí que se disponía a sacudirme el polvo como había hecho tantas veces, y sentí el temor infantil de un escolar a quien va a castigar el maestro. Mi padre advirtió la mirada que dirigí al paraguas y se dominó.
—Tú ya no me interesas—dijo—. Te privo de mi bendición paternal. Te he arrancado completamente de mi corazón.
La vieja Karpovna, que oía nuestra conversación, suspiró.
—¡Dios mío, Virgen Santa!—balbuceó—. ¡Estás perdido para siempre! Acabarás mal...
Comencé a trabajar en el camino de hierro.
El mes de agosto fué lluvioso, húmedo y frío. El mal tiempo impedía transportar el trigo. Por todas partes se veían montones de trigo altos como colinas. A causa de las lluvias se iban ennegreciendo de día en día y desmoronándose.
Era difícil trabajar: cuanto hacíamos nosotros lo desbarataba la lluvia. No se nos permitía vivir en los edificios de las estaciones y teníamos que guarecemos en sucias y húmedas cabañas construídas por los obreros. Yo pasaba unas noches muv malas, tiritando de frío y de humedad. Con frecuencia, los obreros de la línea venían a armarnos camorra, y con el menor pretexto nos