seo de estudiar, de enriquecer mi espíritu con conocimientos nuevos que iluminasen mi vida monótona y sombría. ¡Mi instrucción entonces era tan escasa! Sólo sabía las cosas más elementales. Al menos ahora se me antojan elementales.
La influencia del doctor sobre mí fué también moral. Antes no tenia opiniones determinadas, fijas, y me guiaba en mi vida casi exclusivamente por los instintos. Desde que comencé a tratar con asiduidad al doctor sometí al análisis los móviles de mis acciones y traté de formarme ideas claras, precisas sobre el bien y el mal.
Y, no obstante, a pesar de mi gran estimación a Blagovo, me daba cuenta de que aquel hombre, sin duda el mejor y más instruido de la ciudad, distaba mucho de la perfección. Había en sus maneras algo que no acababa de gustarme, sobre todo cuando se esforzaba en parecer borracho en la taberna o cuando les daba crecidas propinas a los camareros echándoselas de gran señor. En aquellos momentos, bajo la apariencia civilizada, se denunciaba en él el tártaro.
A principios de enero regresó a Petersburgo.
La misma noche del día de su marcha vino a verme mi hermana.
Sin quitarse el abrigo ni el sombrero y sin decir palabra, se sentó en mi lecho.
Estaba muy pálida y evitaba mirarme. De cuando en cuando se estremecía de pies a cabeza. No se me ocultaban sus esfuerzos para que yo no advirtiese su estado.