él todos los alcaides, y que su padre les ordenase echarlo de Fez. Refugióse Abdallah en las sierras, y temiendo que el padre, poco apto para la guerra, echase mano de su hermano Yahia para ponerlo en el lugar que había él ocupado hasta entonces, sin reparar que era su compañero, y que aun en aquella tribulación le seguía, le degolló inhumanamente, y publicó él mismo la noticia por el imperio. Era esto á la sazón que Muley Cidan reunía ejército contra Muley-Xeque en Marruecos, dándole el mando á su hermano Abdelhamed, mozo de grandes alientos. Muley-Xeque, aunque afligido y desesperado por la muerte de Yahia, á quien quería en extremo, tuvo que resignarse á oir los consejos del mismo Mortara, y otorgar en galardón á la bárbara astucia de Abdallah el mando de sus tropas. Con ellas fué éste sobre Abdelhamed, que lo juzgaba todavía fugitivo, y lo derrotó completamente, volviendo á entrar en triunfo en Fez. Muley-Xeque en esto se había venido por las sierras del Rif, acompañado de Juanetin Mortara, desde el Peñón hasta los llanos de Tetuán, y desde allí, seguro ya de Abdallah, cumplió la palabra empeñada, enviando dos alcaides de su confianza á Larache, los cuales entregaron tranquilamente los castillos y la plaza al marqués de San Germán D. Juan de Mendoza, que la ocupó con nueve galeras y tres mil hombres. No habían faltado impaciencias y desconfianzas por nuestra parte, y el de San Germán había amagado la plaza más de una vez inútilmente y había esperado en la mar, vagando de una á otra costa, por algún tiempo la entrega. Recibió tras esto el Xeque los tres hijos que tenía dados en rehenes; y habiendo reducido al paso la ciudad de Tetuán, que estaba alzada, y hecho huir á las sierras al
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