con cadenas, los que eran capaces de arrastrarlas, fué ejecutando en ellos tormentos exquisitos, hasta que expiraban; á los niños los degollaba y alas mujeres las mutilaba por sus propias manos; á los hombres les ajustaba un instrumento de hierro en forma de corona y circuido de agudas puntas de acero, que caían hacia dentro, y con unos tornillos iba apretando hasta destrozarles la cabeza. Ni se diferenciaba en la forma su crueldad de su justicia. Cuando caía en su poder algún ladrón, mandaba cortarle las orejas, narices, pies y manos, y mutilado así lo ponía vivo en el lugar donde había cometido sus robos para que allí muriese, mandando, so pena de lo mismo, que ninguno se atreviese á socorrerlo. En un sitio que hay en Mequinez, donde es el mayor concurso en los días feriados, tenía clavados en el suelo muchos palos, contiguos unos á otros, con aceradas puntas en el extremo; y cuando quería castigar á alguno con una cruelísima lentitud, desde una muralla bien alta, que estaba inmediata, lo mandaba soltar con violencia, de suerte que cayese sobre las puntas. Luego lo dejaba allí por muchos días, hasta que se caía á pedazos ó el mal olor le obligaba á dar permiso para sepultarlo. En un encuentro que tuvieron dos de sus hijos, Muley Cidan, que le era fiel, y el rebelde señor de Sus, quedó prisionero de éste un alcaide antiguo de Muley Cidan, llamado Melic (de quien atrás queda hecha memoria), que, aunque negro, era de los principales y de mayor autoridad, y muy estimado en toda la corte por sus buenas prendas. Este tal, que tenía en Mequinez todos sus hijos y mujeres, solicitó huir de las prisiones y volverse al servicio antiguo de Muley Ismael. Para esto consiguió
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