rreras del O. acuden con numerosos escuadrones á servir en la guerra santa. En el país de Mequinez fué tanto el entusiasmo, que no quedó un hombre útil en los aduares; todos se pusieron en marcha, dejando en ellos solamente á las mujeres, y á los infantes y ancianos. Ábrense los arsenales de Tánger y de Marruecos, y sácanse toda clase de armas y municiones para repartirlas entre la muchedumbre; y, no bastando las rentas del año para gastos tan crecidos como esto originaba, se acude al tesoro imperial encerrado en los palacios de Mequinez, al cual en más de un siglo no se había tocado, y se sacan de él hasta dos millones de reales, cantidad no pequeña en aquellos países. Pero el sultán dilataba acaso el romper las hostilidades, por saber antes el partido que tomaría la Inglaterra. Esta nación, tan interesada en la conservación del imperio, no podía á la verdad dejarlo abandonado en manos de la Francia. No faltaron, pues, amenazas encubiertas y demostraciones de fuerza, y uno de sus ministros llegó á tratar duramente en el Parlamento al gobierno francés. Cruzáronse de una y otra parte despachos y notas diplomáticas, y la Inglaterra obtuvo de la Francia la solemne declaración de que, fuesen cualesquiera las prosperidades y adelantamiento de sus armas, no guardaría para sí la menor parte del territorio de Marruecos, limitándose á conquistar la paz. Con esto quedó tranquilo el gabinete de San James, y el de Francia se halló libre de aquel obstáculo tan temible[1]. A la verdad, los planes del sultán se miraban en parte frustrados; ya sa-
- ↑ Todos estos hechos están tomados de los documentos oficiales publicados por el gobierno francés en aquella época.