cierto se dice es que era hombre muy astuto y leído en las Ciencias naturales, y sobre todo, gran mágico. Tenía tres hijos: Abdelquebir, Ahmed y Mohammed ó Mahomad, y después de comunicarles sus artes, mandólos ir á la Meca, porque ganasen reputación de santidad y doctrina. Los cuales, de vuelta al Mogreb-Alacsa, solían entrar en las ciudades voceando, y diciendo solamente: ¡Alá! ¡Alá!, y no querían comer sino lo que les daban de limosna. Con esto maravillados los moradores, iban detrás de ellos en grandes turbas y los veneraban por santos. Así anduvieron por varias partes hasta llegar los dos menores á Fez, donde el uno de ellos, haciendo oposición á cierta cátedra de aquellas escuelas, la ganó, y el otro fué recibido con gran contento por preceptor y ayo de los hijos del príncipe Mohammed, segundo de los del linaje de Beni-Watas. Largo tiempo se mantuvieron allí, extendiendo su fama y ganando prosélitos y discípulos, sin dejar de comunicarse con el viejo xerife y el mayor hermano, que le asistía; los cuales, sin salir de Numidia, llevaban el hilo de la trama y acechaban la ocasión oportuna de obrar. Dióla sobrada la escasa previsión del rey de Fez; porque habiendo puesto en los hijos del xerife gran confianza, les dio libertad para traer atabal y bandera, y predicar la guerra santa contra cristianos. Luego comenzaron á formar escuadrones de á pie y de á caballo; armáronlos, adiestráronlos, y los pusieron en aparato de guerra. Lo que faltaba era ocasión de ejercitarlos en ella y de ganar, con la militar honra, más fama de santidad y mayor estimación del pueblo. Logróseles aún esta ocasión, y fácilmente. Ya hemos dicho que desde el tiempo de la caída de los benimerines el
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