—Yo tomaré pollo con arroz.
—¡Qué galante! ¡Le he dicho que detesto el arroz y se empeña en hacérmelo comer! ¿Hace usted el favor de darme la carta?... Elegiré cualquier cosa, al tuntún, para terminar... ¡Maître, para mí, después del salmón, ragout a la polaca!
—Muy bien, señora.
—Con salsa holandesa, ¿eh?
El maître d'hôtel reprimió un gesto de asombro, y contestó:
—Muy bien, señora.
Minutos después le servía a la joven pareja el salmón y descorchaba la botella de Monopole seco.
—Tráiganos caviar—le ordenó el galán.
El amable caballero tocaba a cada momento la mano de la dama, como para convencerse de su solidez.
Cuando le sirvieron el ragout polaco, Margarita Nicolayevna hizo una mueca de desagrado y le dijo su admirador:
—No me gusta esto. A usted, ¿qué le han traído, por fin?
—Pollo con arroz.
—¿A ver? ¡Tiene buena cara! Tome usted mi ragout y deme su pollo. Si no le sabe mal, ¿eh?
¡Qué había de saberle mal! Efectuó el cambio pintada en la faz una generosa alegría.
Verdad es que, al empezar a comer el ragout polaco, una nube sombría obscureció su rostro; pero la sonrisa tornó al punto a sus labios. Por lo demás, la comida parecía interesarle muy poco: sus ojos casi