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Aventuras

—Cuando le oigo á usted exponer razones—observé,—la cosa de que se trata me parece siempre tan ridículamente sencilla, que fácilmente podría hacerla yo mismo, á pesar de que en cada sucesivo ejemplo del razonar de usted me encuentro á obscuras hasta que usted me explica su procedimiento. Y, con todo, creo que mis ojos son tan buenos como los de usted.

—Seguramente—me contestó, encendiendo un cigarrillo y dejándose caer en un sillón;—pero usted ve y no observa: la diferencia está clara. Por ejemplo, usted ha visto á menudo los escalones que conducen del vestíbulo á este cuarto.

—Con mucha frecuencia.

—¿Cuántas veces?

—¡Oh! Centenares de veces.

—Entonces, ¿cuántos son?

—¡Cuántos son! No sé.

—Ya ve usted: no ha observado usted, á pesar de haber visto. Esa es precisamente mi ventaja. Yo sé que son diecisiete escalones, porque los he visto y observado. Apropósito: puesto que se interesa usted por estos pequeños problemas y es usted tan amable para conmigo que ha escrito el relato de uno ó dos de mis insignificantes experimentos, quizá se interese usted también en esto. Y alcanzándome una hoja de grueso papel de color rojizo que había estado en la mesa—ha venido por el último correo—agregó:—léalo usted en voz alta.