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Aventuras

El hombre miró á mi compañero, con la desesperación pintada en sus cansados ojos, como si su pregunta hubiera sido ya contestada.

—Si—dijo Holmes, contestando á la mirada más bien que á las palabras. Eso es. Sé todo lo de Mc Carthy.

El anciano se cubrió la cara con las manos.


—¡Dios me asista!—exclamó.—Pero yo no habría dejado que el joven sufriera el menor daño.

Doy á usted mi palabra de que, si el asunto hubiera ido á los Assises, yo me habría presentado á decir la verdad.

—Me complace oir á usted decir eso — dijo Holmes, gravemente.

—Ya habría hablado, á no haber sido por mi querida hija. Eso habría destrozado su corazón... como se lo destrozará la noticia de que he sido arrestado.

—La cosa no llegará á ese extremo dijo Holmes.

— —¡Qué!

—Yo no soy agente oficial. La hija de usted fué quien solicitó mi presencia aquí, y lo que hago es en su interés. Sin embargo, hay que sacar del paso al joven Mc Carthy.

—Yo estoy casi moribundo — dijo el anciano Turner. Hace años que padezco de diabetes, y mi médico dice que mi muerte es cuestión de un mes, á lo sumo. No obstante, preferiría morir bajo mi techo, á morir en una cárcel.

Holmes se levantó y se sentó delante de la